La forma en cómo percibimos la realidad es subjetiva. El idioma de lo cotidiano nos habla a cada uno por separado, en un idioma propio y exclusivo. No obstante los elementos de la cotidianidad serán siempre los mismos, los mismos autos, el mismo tumulto de gente, los mismos ruidos. Será entonces nuestro bagaje intelectual el que determine cómo aprehenderemos la inmensa realidad que a diario nos asfixia.
Fabriccio Odonio nos presenta a través de su narrativa su visión de lo cotidiano, de lo ruidoso, de lo oscuro. De lo real. No dejes de leerlo, ni de empaparte con su visión de lo ordinario que siempre nos rodea.
1) Es el peor embotellamiento de la historia, pero este sujeto mira hacia afuera desde su nuevo Kia, luego mueve con parsimonia adelante y atrás su cabeza con malos resultados al pretender ser un tipo cool. Si hubiese una chica que se fijara en él, una chica para llevarla a cenar, reír, platicar, compartir la almohada con otra cabeza, pero por qué será tan complicado, como diablos se logra la atención de una mujer.
2) Se ve raro, hablando solo, maldiciendo el tráfico, el autobús tiene suficientes asientos vacíos, pero va de pie y ha puesto su enorme maleta frente a él en un asiento. De vez en cuando espeta un “tráfico de mierda” o un “maldita ciudad” entre dientes las palabras duelen, arden mientras se pronuncian. Un trago, solo un maldito vaso de cerveza fría a tiempo, por qué hay que esperar tanto, por un maldito trago. Cuando llegue al bar será ya muy tarde, no podrá beber a gusto. Ve por la ventana al tipo en su Kia, tan feliz por ir en su bonito auto, pero al igual que él, está atrapado en la carretera y para más joder un indigente le llega a pedir una moneda, esa igualdad lo satisface un poco, mientras tanto las pupilas estallan y la garganta se reseca, la ira se canaliza con un golpeteo interminable de sus dedos sobre el respaldo del asiento donde lleva su mochila.
3) Gracias al tráfico de esta hora logro colectar de ventana en ventana un dólar, se compró un tamal de gallina, un café y una cora de pan francés. Espera que siga así, que dure aún más el atascamiento, tal vez la hace para un par de tapirulazos mas tarde.
Personas
y Lugares
Me
sentía excluido en la mesa, comprendí que hacia mal tercio frente a aquella
pareja, ella y su celular eran el uno para el otro, no sé en qué momento se me
ocurrió interferir en aquella indisoluble relación. Aún era temprano, así que
me levante de mi asiento y no me moleste en despedirme. Siempre es igual,
pensé, mientras salía del bar y le hacía un gesto de agradecimiento al
vigilante. Soy de los últimos seres que aprecian la plática presencial.
Alejandra era mi compañera de clases desde hacía algún tiempo, yo quería un trago,
pero aun más que nada quería charlar con alguien, los últimos días he pensado demasiado
y siempre me ha hecho daño pensar tanto. Lastimosamente ella está padeciendo
las consecuencias del Digimodernismo y aunque estaba sentada frente a mí, no
podía escucharme. Solo la invite por impulso, porque tiene un trasero enorme y
lindos labios. Lo primero que hizo cuando entramos al bar, fue buscar una mesa
que tuviese cerca un tomacorriente para enchufar el cargador de su celular, nos
sentamos y tras observarla varios minutos haciendo risitas frente a su IPhone
5s supe que debía cambiar mis planes. A lo mejor creyó que me fui al baño, no
sé cuánto habrá tardado en darse cuenta que me había marchado.
El
bar esta justo al lado de la universidad nacional, junto a la salida de
economía donde hay ventas de comida, frutas, café y otros productos, compre una
cajetilla de Marlboro rojo y atravesé lentamente por el parque de la
Universidad. Saque un cigarrillo y lo fume despacio, guarde el resto en mi
bolsón de Batman y note que al fondo habían varias páginas de libreta
estenográfica apuñadas, en seguida recordé de que se trataba y madure la idea
que venía rumeando.
Rene Magritte - The Ilusionist, 1951 |
En
el bar solo había otro tipo sentado al fondo en unos sillones de cuero café
quemado, no le veía muy bien el rostro, la luz al fondo del bar era escaza,
pero se notaba que era grande. Yo me senté a la barra, con los dedos tamborilee
sobre la madera para llamar la atención del bartender que estaba muy ocupado
presionando frenéticamente la pantalla táctil de su Alcatel Pop C7. Era inútil,
siempre me pareció de mala educación silbar a los meseros, pero debía sacarlo
de alguna forma de su trance así que le dije medio gritando:
¡Caballero!,
deme un brandy por favor.
Me
miró, su rostro era enjuto y su principal rasgo eran unas oscuras ojeras,
llevaba el cabello erizado a fuerza de Moco de Gorila. De inmediato borro la
sonrisa que provenía de la plática por Whats App, se acercó a mí y me saludo
amablemente, me sirvió un trago sencillo y le advertí que me dejara la botella,
no quería molestarlo más, quizás se trataba de algo importante, de la chica de
sus sueños y estaba aprovechando un día calmado en su trabajo para platicar con
ella, quizás de esta noche dependía asegurar sus felicidad durante varios años.
Regreso a la esquina de la
barra,
donde tenía conectado su celular. Volví el rostro hacia el fondo del lugar, la
sombra inmensa seguía allí sentada, era inquietante.
Recordé
lo que me tenía tan excitado, abrí mi mochila de Batman y saque un lapicero de tinta
azul con logo de Bancolombia, una libreta estenográfica concept de pasta roja y
las hojas estrujadas. Se trataba de un relato que había escrito hacia un par de
meses en otro bar cercano a la oficina donde trabajaba y que varias veces había
pensado en corregir, pero hasta ahora no lo había hecho. Me agrada
particularmente el trabajo de edición más que el de creación. Era la típica
historia cuyo estilo había depurado bastante el último lustro, desarrollado
entre bares, parques y calles de la capital. Comencé a leerla y a marcar con el
lapicero las palabras que pretendía eliminar, las comas que estaban de más y
también a reescribir lo que hiciera falta, tan feliz me sentía entregado a mi
oficio que apenas podía distraerme para servirme el siguiente trago.
En
algún punto entre las cinco y media y seis de la tarde, provino del fondo del
bar un
silbido
de lo más vulgar. Me sorprendió ver al bar ténder atender de inmediato, incluso
lo note con temor. Cuando escuche el silbido no volví de inmediato hacia el fondo
del bar, sino hacia el bar tender, que abrió mucho los ojos, pareció encrespar
aún más sus cabellos y soltó de golpe el celular en la caja registradora que
luego cayó y quedo colgando del cable del cargador, el muchacho salió casi
corriendo para atender al llamado. Me molestó el haberme desconcentrado de mi
trabajo, pero me sirvió de descanso, había bebido casi la mitad del brandy y
naturalmente me sentía muy acalorado, era un 1800 Solera Reserva y no sé qué
más, ya paso la época en que me interesaba que bebía y estaba en la época en que
me importaba solo beber, lo que fuera, pero beber. La atmósfera parecía
suspendida en un vapor naranja, creo que porque las paredes estaban
pintadas de un color salmón medio chillón hasta la parte superior donde la
dividía antes del cielo falso una franja color mostaza pálida. Sonaba Je te
veux, la clásica música de bar de hotel.
La
ebriedad comenzaba a afectarme, el mesero regresaba, volvió detrás de la barra
y estuve
a punto de dirigirle la palabra, pero me controlé. Se fue de nuevo. Llevaba en
una mano un trago del mismo brandy que yo estaba bebiendo. Me serví de nuevo
hasta el tope del vaso, ya no tenía sentido seguir leyendo y corrigiendo,
escribir borracho es sencillo, pero editar es para cabezas frías. Así que
guardé las hojas de mi libreta apuñándolas nuevamente, el lapicero azul y la
libreta estenográfica, cuando el bar tender regreso pedí un cenicero y me
entregue a los pensamientos fantásticos que propicia el alcohol. Cuando
simplemente bebo, sin hacer nada más, siempre pienso en mis padres, sobre todo
en mi padre.
Walter Francisco Aquino Menéndez, pseudónimo: Fabriccio Odonio Baul. San Salvador
Sus cuentos se han publicado en las revistas, Ariadna rc, de España; Ciudad Absenta, de México y Cinco Centros, Mexico, dos poemas en Revista Monolito, también de México y recientemente un poema seleccionado para Antología latinoamericana de poesía de la Editorial Casa Verde, México y un poema publicado en la Revista Cultural El Coloquio de los Perros en España.
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