1. Hay que escribir para acortar distancias;
rellenar los espacios entre el tú y el yo con palabras. Borrar los acantilados
de a poco, arrojando un verbo y un adjetivo de vez en cuando. Crear puentes
para llegar de la aldea que tenemos en la cabeza a las aldeas de los demás, y
ser participantes en un potlatch que nos retroalimente el espíritu a medida que
damos lo que más de íntimo poseemos: nuestro lenguaje en forma de texto.
2. Se puede escribir de todo. Desde una carta
simplona hasta una novela de éxito mundial. Se pude escribir inventando lenguas
nuevas, robando ideas y transfigurándolas para hacerlas propias. Se puede
escribir sobre lo que ya está escrito. En fin, si se te ocurre, se puede. Y
como se puede, ¿por qué no hacerlo?
3. La lista del súper deberíamos considerarla
también como una literatura de la vida cotidiana. Y no solamente las listas del
súper, sino cualquier otra lista que nazca de un acto individual de la
necesidad por poner las cosas de nuestro mundo en orden. Porque al final eso es la literatura más
consagrada y que con justa razón ha sobrevivido a los años, a los siglos: una
forma de enlistarnos y ordenarnos en el mundo a través del papel para tener una
guía de lo que podemos ser.
4. Escribir es como jugar Tetris: las piezas
se van acomodando una sobre otra, una junto a otra. Mientras más jugamos, mejor
sabemos cómo embonar cada pieza de forma que ninguna sobre o falte. Las
palabras igual bajan primero lento de nuestra mente a nuestra mano, para
alojarse en el papel. Mientras más escribimos, mejor sabemos hacer que las
palabras se encadenen.
5. Escribimos porque las noches de insomnio o
ansiedad (o ambos) tienen que ser ocupadas en algo más que mirar el techo por
horas. Además, ese es el mejor estado de ánimo para escribir. Tesis enteras de
doctorado se han puesto en palabras cuando sus autores necesitan desahogarse de
alguna pena. Incluso grandes novelistas y poetas pasaron sus veladas frente al
papel y durmiendo durante el día. Yo creo que Stoker se refería a eso
cuando publicó Dracúla: el escritor que
se nutre de la belleza de las mujeres,
ya sea amándolas y siendo amado, o despreciándolas luego de hacerlas amarlo.
Sin embargo, el que más concuerda con la idea del vampiro es aquél que ama y es
despreciado. Por eso, en venganza, busca otros cuellos durante la madrugada y
se acuesta al despuntar el primer rayo de sol, para descansar la resaca después
de dejar su reflejo en las palabras sobre el papel. Poco a poco, si sabe ser un
buen ejemplar de la estirpe, alcanzará la inmortalidad.
6. Porque si uno bebe demasiado tiene muchas
oportunidades de ser un buen escritor. Con esto no digo que cualquier
alcohólico es capaz de escribir algo que valga la pena, pero hay de dos: o encuentras la manera de contar tus anécdotas
de ebrio de forma coherente y con tu propio estilo, o escuchas atentamente las
historias de los otros ebrios mientras bebes con ellos (también puedes usar una
grabadora, pero sin que se den cuenta) y
así, al llegar a casa, darle forma, quitar la paja que pueda haber y pulir el
oro de esas conversaciones que fácilmente te podrían valer uno o dos premios
literarios si sabes cómo transformar las incoherencias de tus compañeros de
barra en oraciones bien estructuradas. Aunque también las puedes transcribir
como tal y alegar que te apegas a la lengua popular.
7. Se escribe para vender, lo cual está bien
porque en esta vida todo tiene un costo monetario. La cosa es saber qué se está
vendiendo, la imagen de uno o el trabajo que hace, calidad o cantidad, placer
textual del lector o gozo creativo del autor. Quizá no haya una respuesta,
quizá la respuesta esté en la perspectiva de cada uno.
8. Decir “soy escritor” lo puede hacer cualquiera, pero no muchos lo
sostienen. Por eso hay que dejar pruebas de tu labor. Si no te publican, busca
la forma de aparecer en algún programa de ponencias, abre un blog, reseña
libros de interés general. Poco a poco aparecerás en algún buscador de
internet, mínimo. Así, cuando te pregunten
“¿A qué te dedicas?”, podrás
decir con toda seguridad “Soy escritor”. Porque aunque trabajes en algo más
para sostenerte, como todos hacemos, escribir es un orgullo; muchos se rinden a
medio camino, o antes de iniciar la competencia, pero quien puede seguir
esforzándose es un valiente y se merece el título.
9. Nunca será suficiente lo que está escrito. Por millones de años las
sociedades han buscado una forma de plasmar sus ideas. Los dibujos en las
cuevas eran una forma de escritura. Ahora escribimos en archivos virtuales. El
tiempo ha cambiado la forma en que se guarda el texto; pero sin importar esto, siempre
se busca escribir, se piensa en escribir. Escribir es la mejor forma que
tenemos para dar cuenta al futuro de lo que pensábamos, de lo que sentíamos, de
lo que vivíamos. Y siempre querremos
saber más sobre el pasado. Por eso quien esté capacitado para ello, debe
escribir. Porque las palabras se pueden combinar de formas infinitas y por más
que se trate, no se pueden agotar.
10. ¿Han leído lo que se escribe últimamente? ¿Los libros que más se han
vendido en estos años les convencen? ¿Los ven como literatura que valga la
pena? ¿Creen que con los años se vaya a estudiar, no sé, la morfosintaxis de 50
Sombras de Gray, o el amor cortés en Crepúsculo? ¿Los Juegos del Hambre los
hacen buscar en sí mismos las respuestas y las preguntas sobre si el futuro
será un buen lugar para vivir? Si respondieron “no” a dos o más de estas
preguntas, entonces ahí tienen otra razón más para escribir.
11. Escriban para ser leídos. El que asegura que no es necesario, que
escribe sólo porque le gusta hacerlo, o teme demasiado a las críticas o no sabe
para qué funciona la escritura. Porque más allá de que por medio de las
palabras los demonios se vayan lejos y las mentiras sean verdades de papel que
uno se acaba creyendo luego de repasarlas tanto, si uno no llega a los ojos de
otro y recibe un comentario, cualquier
tipo de comentario, nunca será escritor. El escritor sabe aprender de las
críticas acertadas, defenderse con elegancia de los ataques infundados y, sobre
todo, no tomar tan en serio los halagos. Eso sólo se logra al ser leído, porque
los ojos ajenos son el primer filtro de quien tiene el temple para este oficio.
12. Escribimos porque dibujar y colorear con palabras es de niños
grandes. Porque toda nuestra vida vamos a llevar el lenguaje a cuestas, y a
algunos nos pesa mucho, así que necesitamos ir dejando poco a poco, regado por
el camino, parte del equipaje. Porque todo lo que vemos está hecho de letras, y
las letras crean palabras, y entonces nace el mundo ante nosotros como una
proyección de las historias que somos. Porque nuestros cuerpos están tatuados
pero la tinta que usaron no se ve más que a la luz blanca de la página. Porque
tenemos tinta en vez de sangre y nuestras heridas crean historias que nadie más
que nosotros pude contar. Escribimos porque elegimos escribir, y si hubiéramos
tomado cualquier otra opción, tal vez sería un error.
José Luis Dávila - Puebla, México: 1990) realizó
estudios de Lingüística y Literatura hispánica. En 2015 aparece Entre
paréntesis, su primer libro, el cual es un compendio de ensayos publicado por
el programa Tierra Adentro del Consejo Nacional del Cultura. Ha colaborado en
diversas revistas electrónicas independientes, como Letras Raras, Neotraba y
Cinco Centros, de la cual es director desde 2012.
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